Es muy habitual que las grandes
entidades, ya sean públicas o privadas, exijan a los proveedores de eLearning
altas cuotas de calidad en la prestación de servicios.
La calidad, ya es un concepto que
se presta a la ambigüedad y por lo tanto, se tiende a objetivar el contexto de
alguna manera, como por ejemplo, cumplimiento de estándares, tiempos de
respuesta ante incidencias o necesidades del alumnado, mínimo de herramientas
de comunicación de la plataforma, índice de aptos, cualificación del equipo de
trabajo, contenidos responsive, etc, etc…
Pero la realidad es que si
analizamos las peticiones de oferta, lo que nos encontramos, son elementos que
estén o no sujetos a juicios de valor, tienen que ver más con lo cuantitativo
que con lo cualitativo (palabra etimológicamente procedente de calidad).
¿Y qué es lo que pasa en la
realidad? Lo que ocurre muy a menudo es que estamos sacrificando la usabilidad
de los proyectos y que no estamos midiendo la verdadera calidad de los mismos,
que no es la inmediata ni la que se denomina “percibida”.
Las administraciones públicas
obligadas por la nueva ley de contratos (y en menor medida por la anterior) a
dividir sus proyectos en lotes y las grandes empresas que trabajan con
diferentes proveedores, se encuentran con que sus empleados y empleadas tienen
que “pelearse” con modelos diferentes de estudio, recursos de aprendizaje
variopintos, modelos pedagógicos en ocasiones antagónicos, estilos de
comunicación dispares e incluso tecnologías obsoletas contra otras de
vanguardia…
Esto no es culpa de nada ni nadie
en concreto, de hecho, la solución no es fácil, pero existe y tiene su origen
en un sector que no es capaz de regularse y que tiene un crecimiento
exponencial.
En eLearning, seguimos hablando
de nuevos modelos de aprendizaje cuando ya tenemos 20 años de madurez y es que,
en realidad, siempre hay algo nuevo…lo que debe ser nuevo es la creación de
métodos corporativos de aprendizaje (del mismo modo que se hace en la formación
presencial) que sean capaces de tener vigencia y que no se vean afectados por
los avances tecnológicos ni se ciñan a determinadas aulas virtuales ni sean
cautivos de un proveedor concreto.
A lo que nos referimos es a la
redacción de libros de estilo, que cubran
toda la cadena de relación que existe entre los proveedores, los servicios, el
cliente, el aprendizaje y el alumnado como tomador de los servicios o vehículo
medidor del impacto conseguido.
Es necesario, definir las reglas
del juego, acotar las líneas verdes rojas y amarillas, delimitar
responsabilidades, tener un manual de
uso que sirva a todas las partes, no de propósito general e inalienable,
deberá ser un documento vivo y
diferente para cada entidad, pero único para el modelo de aprendizaje de mi
organización.
Esto redundará en la comprensión de un modelo eternamente “nuevo” y por
lo tanto disminuirá las habituales resistencias al cambio.
Comentarios
Publicar un comentario