Resulta que parece más bien que algunos nos deberíamos haber dedicado a la política, desempolvar nuestros más profundos ideales (llenos de polvo parece ser) despojarnos de ciertos principios fundamentales, ser capaces de pactar con el diablo o con la oposición y seguir hablando como lo hacemos los neo_consultores_expertos_elearning, que nadie entienda lo que decimos bajo ningún concepto y so pena de excomunión, (A esta última condena, me apunto)
Muchas veces, casi siempre, el fracaso de un proyecto e-learning, se sostiene en la falta de información, en la incapacidad que tenemos para explicar lo obvio y la adoración por los tecnicismos, anglicismos, eufemismos y nosotros mismos…
Dejo a continuación un relato que no me atreví a usar hace tiempo en un seminario que impartí en una universidad mexicana. Habla de dos cosas que siempre me han removido las entrañas, una más y otra menos, de una explícitamente y de la otra en sentido figurado, una es un delito y la otra lo tiene.
1. La violencia de género
2. La soberbia de dar las cosas por entendidas y bien explicadas…
Mal vamos…
“Me voy y cuando vuelva espero que hayas dejado de llorar, que siempre estamos igual”
Voz temblorosa de irritabilidad de hombre mirando hacia el suelo, después un portazo de la puerta de la calle, que da a una oscura escalera sin ascensor y manchas multicolores de humedad en las paredes la mal oliente boca exhala rotunda un “me cago en Dios” y después mal oliente humo de un cigarro negro retorcido.
En la casa, justo en mitad del salón, temblor humano para un cuerpo ajado, no en sentido figurado, olor y supuesto sabor a ajo en piel marchita de mujer de impredecible edad e indescriptible llanto callado, manos que lloran sangre, pelos que lloran aceite, piernas que lloran orines, ojos que lloran más sangre y saliva jugando a llorar mezclándose con orines heces y más sangre.
Ausencia total de cualquier ruido, solo pasos eventuales de niños corriendo arriba y abajo de las escaleras, la cabeza sigue mirando al infierno del suelo, solo cubierto por su cuerpo, ropas desgarradas, por todos los sitios, menos en su cuerpo, pechos pudriéndose a la intemperie, sexo congelándose en un beso con el suelo. Niños corren por las escaleras y ella piensa en ellos aunque nunca los ha visto, teme que se hagan daño, que sufran, que tengan dolor, como el que ella tienen en sus dedos cuando marca un número de teléfono, como el mismo que le hace en el oído una voz al otro lado de la línea cuando le dice: “Bienvenido al uno, dos, tres, denuncias domésticas” la boca de la mujer saluda “Hola, me ha vuelto a dar una paliza” la voz al otro lado continúa “para denunciar una agresión propia marque el cero” la mujer confirma “Eso, eso” la voz al otro lado sigue “para denunciar una agresión ajena marque el uno” la mujer disiente “no, no, es lo de antes” la sangre se va resecando y crepita levemente en la comisura de sus labios mientras oye “para denunciar una amenaza pulse el dos” la mujer gime doliente “para cualquier otra denuncia manténgase a la espera” suena una dulce musiquilla, maldita musiquita, suspiro y una voz humana en directo al otro lado por fin “Denuncias domésticas, en que puedo ayudarle” otro suspiro “Hola, me ha vuelto a dar una paliza” “¿Cómo?” “Que me ha vuelto a dar una paliza” “¿Quién?” “Mi marido, dice que le amargo la vida y me pega” “¿Por qué no marcó usted el cero? Ahí es donde recogen los avisos de agresiones propias” “Porque no se, puede avisar usted a los del cero por favor” “No señora, los de denuncias propias están en otro departamento, aquí solo asesoramos y resolvemos dudas, vuelva a llamar al uno, dos, tres y marque el cero” “no se marcar el cero, tome nota de mi nombre y mi dirección y hable con sus compañeros” “¿me está usted tomando el pelo?” “no señorita, se lo prometo, tengo prisa y mucho miedo, tome mis datos y déselos a sus compañeros” “Señora, no son mis compañeros, ni los conozco, vuelva a llamar y marque el cero, buenas tardes” “Espere, espere, ¿cómo es el cero?, no se leer ni conozco los números” “Claro, y como ha podido llamar, no encaja la broma” “Marco el número que aparece en la esquina de arriba y después los dos de al lado, así lo hago cada vez que llamo y siempre tengo la misma conversación con alguna compañera suya y siempre me acaban colgando sin solucionarme nada” “Normal, váyase usted a paseo, adiós”, mientras se pregunta si los niños seguirán correteando por las escaleras, aunque no los oye, desea que como de costumbre y con su amabilidad acostumbrada, su marido esté charlando con ellos y gastándole bromas, “tienen mano con los niños, los adora, quizá todo se arreglaría si tuviésemos uno, él siempre me lo dice, y yo quiero pero mis ciclos son tan irregulares, este mes cuatro reglas y antes seis meses sin ellas, a ver si me organizo un poco con las comidas y el sueño que seguro que eso influye mucho” se dice mientras con el dedo índice de su mano derecha sin rastro de uña donde aplicar esmalte cuelga y comienza a marcar de nuevo cuando suena la llave en la puerta y aleja fuera de sospecha el teléfono.
De nuevo la boca aún peor oliente que antes rebuzna “¿Estás más tranquila?, venga que es viernes, vamos a disfrutar de nosotros, que ya estoy cansado de tanta discusión tonta, si sabes las cosas que me molestan, no las hagas, que después quieres que te saque a dar una vuelta y te pones tan fea que siempre nos tenemos que quedar en casa y encima enfadados” una falda ceñida y un jersey de hilo con escote que el mismo no recordaba haberle regalado hacia varios años cuando aún eran novios y que ahora están hechos trizas por todo el salón tuvieron la “culpa” por estar puestos en el cuerpo engordado y deformado a golpes de aquella misma niña, que esperaba a que su marido volviese de las copas habituales de todos los viernes después del trabajo, “tu ya no tienes edad para vestirte así, eso ya pasó”, colocándose en cuclillas junto a ella dentro de un miserable olor a cobardía y pestilencia humana, “¿me prometes que no vas a volver a enfadarme nunca más?”, “te lo prometo cariño, te lo prometo, perdóname” y escogiendo la mano izquierda por se la suya menos herida, acarició en la pierna a su marido a la altura de la misma rodilla que le había clavado y le volvería a clavar en la barriga, justo a la altura de ese prado seco donde es imposible que la catástrofe humana permita germinar cualquier semilla.
En el centro de un pequeño charco de diversos líquidos de la mujer el teléfono permanecía expectante con todas sus teclas, incluida la del cero.
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